9 Noviembre: comprando paprika
Hoy hemos desayunado fuerte… Bueno, solo yo porque anoche no
cené. Con éstas, nos echamos a este brumoso día de Budapest. La calle del hotel
es la Kassot
Lajos Utca y yendo hacia la derecha desemboca en Astoria,
la estación de metro, porque aquí se encuentra este hotel. Tirando a la derecha
se baja por la calle Múzeum que es la que va a dar al enorme Museo Nacional. Cuenta con un espléndido jardín
para tomar el sol pero hoy no es el caso así que seguimos bajando hasta cruzar
la avenida Ülöi para terminar en el Museo de las Artes, el cual, dramáticamente,
se encuentra en obras. Rutina de Budapest.
¡Eah! Pues damos la vuelta para coger una calle que nos lleve a la calle Ráday que está llena de restaurantes y casas de colores. Muy colorida y ornamentada, merece un paseo. En su final está la plaza Bákats, en el barrio de Ferencvaros, con la iglesia del mismo nombre, Bákats. La plaza terminó su reconstrucción en 2018 y ahora sirve de punto de reunión a los vecinos del barrio. Frente a la iglesia se divisa una calle que termina en el Danubio. Ahí vamos.
Ya en el rio, estamos a la altura del siguiente puente al de la Libertad, o sea, en casa Cristo. Así que toca remontar el rio para llegar a la famosa Ballena. No, no es un mamífero marino. Es una enorme estructura de acero y cristal que engloba a antiguos edificios industriales obsoletos para convertirse en un centro comercial y de restauración. Sin embargo, en estas fechas no parece que sea un lugar muy concurrido… Quizá en verano…
Dejando atrás la Ballena, Bálna, llegamos a la parte trasera de uno de los objetivos del viaje: el Mercado Central. Nuestra meta, perdernos dentro y comprar paprika y adornos para el árbol de navidad. Si cae algo de comer, guay, pero es que acabo de desayunar.
El mercado es el centro de la vida cotidiana y gastronómica
de a ciudad. Aparte de los cientos de guiris que paseamos por sus pasillos, los
locales se aprestan en vender sus viandas diarias: embutidos, quesos, frutas,
verduras, carnes y paprika. Mucha paprika. De todos los sabores que quieras. No
te vas sin comprar un paquete. En la parte de arriba, los típicos puestos de
comida (goulash, salchichas, hamburguesas…) y los de recuerdos (todo lo
imaginable está ahí arriba).
Dos horas de compras en este mastodóntico mercado dan idea de lo que es: levantado en 1897, los locales se quejaron de que debido a su construcción los precios se habían disparado. Pero las protestas acabaron con el estallido de la I guerra mundial.
En la II, el mercado quedó gravemente dañado y poco a poco
fue perdiendo su estatus hasta que en 1991 se cerró, declarándolo en ruinas. 3
años después se restauró y volvió a abrir para deleite de los estómagos de los
lugareños y visitantes.
Saliendo del mercado, el sol quiere brillar entre los arcos
del Puente de la Libertad ofreciendo una hermosa imagen con Gerardo (Géllert)
al fondo. En esta plaza enfrente del mercado, unas fotos para ir al hotel un
momento que está al lado mismo: creo que me he dejado un grifo abierto.
Cerrado el grifo, volvemos al Puente de la Libertad y
entramos en la iglesia que hay a sus pies, la de la Asunción
de la Virgen que cuenta con numerosos restos arqueológicos y reliquias de
santos así como trabajos de Listz, el
mediocampista húngaro del Sporting de Gijón.
Terminada la esporádica visita (entrar y salir) volvemos a la plaza de Deák Ferenc tér para coger Kiraly ter, otra transitada calle local, bulliciosa, colorida, llena de palacetes y restaurantes. Uno de ellos es nuestra meta, el Frici Papa. Comida local, muy local, muy barata y sobre todo muy rica: muy recomendable y recuerda a los bares y restaurantes de toda la vida de nuestro país. Limpio, sí: pero no reluce nada precisamente. Para comer, sitio obligado. Un goulash de carne y unos rollos de jamón y queso después cogemos en dirección al Café New York, a 10 minutos de aquí. El café es uno de los más famosos de Budapest, también en los bajos de un hotel y es encantador. La arquitectura y decoración interiores son únicos y hacen que el local desprenda un encanto propio de los años 20 del siglo pasado: el problema es uqe es un punto que nadie se quiere perder que es imposible entrar a tomar algo. Desistimos y nos vamos al metro de nuevo hasta Deák Ferenc tér para tomar el merecido café en otro local digno de mención: el Gerbcaud. Abierto desde 1858, el café y su edificio presiden la plaza Vorösmarty, lateral zurdo del Honved de Budapest, campeón del mundo con Uruguay. Pedid la limonada, que es fresca, rica y especialidad de la casa. La pastelería parece suculenta pero el goulash no hace prisioneros. El cafelito, expreso, corto, muy corto me activa la neurona y recuerdo que Alexis nos dijo que cerca del hotel, en el Barrio Judío, había un Ruins Bar muy típico: Szimpla. Así que ponemos el GPS y vamos allá.
Antes de llegar nos llevamos la gran sorpresa del día: ¡la verdadera sinagoga! No el truño que creímos que era la del otro día sino la de verdad, la guay. Y lo es: como dije, la mayor de Europa y segunda del mundo encierra en su interior los cuerpos y restos de muchos caídos durante la ocupación nazi que la convirtió en el centro del gueto de Budapest. Colindando, el cementerio que se está tratando de recuperar. Esta atracción queda pendiente para mañana, con luz.
Saliendo hacia Astoria pasamos por delante del hotel, otro grifo abierto, y bajamos al Big Ben TeaHaz: un café enfrente, casi, del Párisi que nos deleita con su vanilla frappé y un chocolate. Además, tazas de mil tipos.
Damos la vuelta, llegamos al hotel por la calle de atrás y
al Aldi a por algo apra cenar que hoy vamos tarde. Ya no hay tiempo para la
sauna: me quedo escribiendo mientras me termino el vino caliente que compramos
esta mañana al salir del mercado. A ver de qué color cago mañana…
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