15 Noviembre: todo tiene su fin
Como decía Medina Azahara y el de este maravilloso viaje es hoy pero hasta que nos vayamos, disfrutamos del día.
Lo primero es organizar la salida así que dejamos las
maletas en recepción, previo checkout, y la chica nos dice que la mejor manera
de ir al Aeropuerto Marco Polo es con un vaporeto, el Alilaguna, que sale de los Jardines Reales. Pues
guay, ya tenemos plan de escape.
Ahora toca visitar la majestuosa Basílica de San Marcos pero por dentro. Una cola de 22 minutos a la intemperie esquivando palomas y gaviotas y nos toca entrar: la entrada son 3 €. Y el interior, digno de lo que se espera. El oro refulge en paños por todas partes. Los iconos son alucinantes. Los grabados, espléndidos. Los frescos, maravillosos. Las estatuas, grandes y pequeñas, únicas. Todo es inimaginable. Pero lo mejor se encuentra tras el retablo del altar mayor, la Pala D’oro, cuya entrada son 5 euritos. Se trata de un retablo en oro, plata, esmaltes y piedras preciosas de mediados del S. XII y es reconocido como una de las más importantes obras de orfebrería bizantina. Sencillamente, espectacular.
Seguimos el itinerario sin perder de vista nada hasta el final donde por 7 € tienes visita al museo y la azotea exterior de la basílica. Eso lo dejamos para otra visita.
Al salir, ponemos rumbo al mar para llegar a los Jardines
Reales y comprobar dónde se coge el vaporeto al aeropuerto: al final del todo.
En taquillas, un tipo con la amabilidad por bandera nos dice que son 15 € y
salen cada media hora, a y 20 y 50.
Pasamos los jardines y el vaporeto con el mar a la derecha y
volvemos a callejear para perdernos y encontrarnos con la famosa Biennale donde se celebra el mundialmente
conocido Festival
de Venecia. Mucho revuelo por aquí, seguro que están preparando algo.
Cruzamos el Campo San Moise y por esas callejuelas, en el suelo, destaca un zócalo del Martini Night Club… Por aquí pasa la noche veneciana. Esta aprte de la ciudad, además, está repleta de tiendas de lujo, no todo van a ser Martinis, Bellinis, Camparis…
Por el Puente de La Veste y la Calle del Caffettier damos al Gran Teatro de La Fenice, de 1741, pero un tanto sobrio comparado con el resto de la arquitectura de la isla. A su lado, la Iglesia de San Fantin y el Ateneo del Veneto. Y detrás, dos de los hoteles más encantadores que hemos visto: La Fenice y el San Fantin, en el Campello Marinoni o de la Fenice.
El Sotoportego de la Malvasía Vecchia nos devuelve a zonas conocidas ya que vemos el cartel hacia el Rialto y de ahí a recoger las maletas. Hora de comer: la última comida, por ahora, veneciana y de este viaje constará del menú turístico de rigor con lasaña y rigatoni de primero y pollo y filete empanado. Hay cosas que nunca cambian.
Comidos y con maletas nos vamos al vaporeto: resulta que no
hay a als 15:20 a pesar de lo que el simpático tipejo del mostrador nos dijo
así que tenemos que esperar casi una hora al barco.
Un barco que es toda una odisea… ni Ulises. Son 15 pavos,
por cierto. Al principio no hay nadie pero según va pasando paradas se va
llenando y con la niebla y sin ver nada da la sensación de que el Monstruo del
Lago Ness anda por aquí y se va a comer el barco. Paramos en Murano, que así a
simple vista nebulosa, no parece gran cosa.
Y tras una hora de bandazos y vaivenes y con los rigatoni en la boca, llegamos al Aeropuerto Internacional Marco Polo. Un pasillo larguísimo y diez minutos en la terminal. A las 18:30 nos ponen la puerta. La C13. Embarcamos. En el aire sobrevolamos Niza, Marsella u Barcelona y en 3 horas las ruedas del avión que devuelve a los mochileros a casa tocan tierra.
Y mira, ¡encontramos el punto de recogida de Uber enseguida!
En 20 minutos en casa ¡Qué gozada! Pero va a ser imposible olvidar este pedazo
de viaje…
Por último, gracias a todos por seguirnos otra vez ¡¡Arrivederci a tutti!!
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