11 Noviembre: ¡Que tenemos que pagar las maletas!
¡Madre mía el amor hermoso! ¡Pero qué horas son éstas! Nos hemos tenido que despertar a las 3:30 AM que el vuelo sale a las 6:30 y el aeropuerto está en casa Dios. Tenemos el tiempo justo para remolonear un poco, recoger lo que falta, las cositas del baño y pabajo. En recepción nos espera Jonás para hacernos el check-out, despedirnos de Budapest y presentarnos a Jose Alonso, primo de Fernando Alonso, el taxista que nos llevará al aeropuerto.
Que con él nos podíamos haber levantado una hora más tarde
porque nos lleva a toda hostia por la carretera… o habernos traído a Praga en
taxi, que en una hora este tipo se recorre los 500 kilómetros que hay, ¡!joer!!
Y claro, como hemos volado, llegamos supertemprano al
aeropuerto. Normal. Pues nada, pagamos al próximo campeón e F1 y vamos directos
a la zona de embarque. Como siempre, preparamos todo, nos desvestimos, pasa
Sonia, paso yo… y pito. Pues nada, a una cabina, en posición de culito
ofrecido, palmas de las manos palante y después de otro escaneo, padentro. Algo
raro que nunca me habían hecho. En fin. Pasamos el dutifri y vamos a la puerta
A13, que es la nuestra de Praga. A esperar…
Las 5:00. A embarcar. Vamos a la cola priority… no, es la
otra. Esperamos. Me toca. La hermana pequeña de Cristina Almeida me para ¿Dónde
vas, tio listo? Eres no priority y no puedes llevar maleta en la cabina ¿Cómo?
Le echo encima a Sonia ¡Está pagado! ¡Dos maletas! Pues resulta que no… Algo
pasó al pagar y no tenemos incluidas las maletas. Gana la Almeida pequeña, nos
toca pagar.
Pues ¡eah! ¡ya está! Pagamos, padentro, dejamos las maletas
a pie de pista y ¡¡pa Praga!!
Por lo menos he podido pegar una cabezadita de una hora aunque seguimos muertos de sueño. Bajamos, al bus, al bagueich claim y las maletas, las primeras. Mira, que bien, por lo menos…
Ahora al bus. Al que pone Hlavní
Nádrazí. “Mira Sonia, ese pone Nadrazinosequé. Seguro que es ese” Vamos a
la máquina de billetes, pillamos dos de media hora y dos maletas. Ya viene.
Subimos.
Pongo el gugel maps pa saber por donde vamos. Guay, vamos
bien. “Mira Gordo, ese autobús rojo pone Airport Shuttle Bus… ¿No será qué?”
Na, imposible. Y el puñetero bus nuestro se para. Nos bajamos todos. “Joer,
pues pa ser esto Praga, es bastante feo. Creo que estamos en el Mataró de
Praga”. No jorobes ¡Qué día! Por suerte hay un metro. Preguntamos en la
estación y una chica nos dice como ir: saliendo, cogemos el tranvía 26 y en 15
minutos nos deja al lado del hotel.
Menos mal. Luego vi que éste es el camino más barato para
ir: bus 119 y tranvía 26. Si no, coger el Airport Bus Shuttle, claro.
Por cierto, los billetes van por tiempo, no por viajes o
estaciones, no… por tiempo. Y si no tienes ni idea de cunato dura el viaje,
tejo… Para tu info, del aeropuerto a Praga, pilla el de una hora.
¡Por fin en Praga! Y al lado del hotel. Llegamos. Y como es
lógico, no tienen preparadas las rums porque el chekin es a las dos así que
dejamos las maletas al cantante de los Obús checos y salimos a ver esta
magnífica ciudad. La primera visita, el Castillo.
Para ir, nos ha dicho el de Obús que pillemos el tranvía 28 pero no tiene ni idea de dónde se coge. Gracias, machote.
Así que preguntamos a una chica, nos dice algo y vamos en
sentido contrario. Somos así de chulos… y acertamos… Pongo el GPS pal Castillo
y a los diez minutos nos damos de bruces con el famosísimo reloj
de la Torre de Praga. La plaza es fantástica pero la dejaremos para
después; ahora, a la oficina de turismo a que nos digan donde leches se coge el
28.
Salimos y nos metemos por unas callejuelas hasta dar en una avenida enorme que visitaremos mañana, Al lado, otra oficina de turismo que nos confirma dónde está la parada del 28: parece la de 9 ¾ de Harry Potter.
Al fin la tenemos. Preguntamos a un chico que nos lo
confirma pero en dirección contraria y nos informa de que se puede pagar con
credit card en la máquina de dentro.
Pues dentro estamos, y pagados. Vamos al Castillo, hasta la
parada Prazsky hrad (que creo que
significa Castillo de Praga). En la puerta hay otro control, otra vez, pero
esta vez no tengo que ofrecer el culito. Cruzamos por delante de los establos
que quedan a la izquierda y entramos al complejo.
Porque esto no es un castillo ¡es una antigua ciudad! Con su catedral, sus iglesias, sus palacios y sus casitas y plazas. Empezamos a curiosear por las puertas de todo que pasamos de pagar las 250 coronas de la entrada y a meternos por todos lados: el objetivo, el Callejón del Oro. Encontrado. Pero resulta que ahora hay que pagar ¡y la entrada completa! La de 250 coronas. Cuando vino Soni hace tiempo no había que hacerlo pero los tiempos cambian.
Y al salir, por unas escaleras se llega a la torre
Daliborka, de 1496, en honor a su primer reo, Dalibor Kojozed. Por dentro
está llena de elementos de tortura. Saliendo, las primeras vistas
impresionantes de Praga, desde un mirador.
Y como hemos pagado, pues recorremos el camino andado de nuevo para meternos en la Iglesia de San George. Austera, románica y grande. Se circula por la izquierda apra subir a la capilla de Ludmila, sin altar ni ornamentos y se baja por la derecha. Debajo, la tumba de Vratislav I nos prepara la salida a la capilla de San Juan.
Subiendo por la plaza posterior a la catedral se llega a otra plaza que tiene a la derecha la entrada al antiguo Palacio Real, también incluido, así que no lo pensamos. Nada más entrar se llega a una de las mayores salas que he visto jamás en un palacio, coronada con la bandera de Chequia. De adornos, nada. Todo muy sencillo. A mano derecha, se sube a la planta de arriba con más salas con armas, armaduras, mobiliario y dos curiosas chimeneas verdes. No destaca por la decoración, no. Excepto en la sala anterior a la bajada donde se pueden ver retratos de antiguos reyes y una muestra de las joyas de la corona, o eso parece.
Enorme, pero poco vistoso así que nos vamos a la plaza de afuera. Al salir a mano izquierda, el palacio donde vive el presi, que no vive mal, no. Y el camino te lleva a la joya del complejo, la Catedral de San Vito, famoso por los temblores.
Gigantesca por fuera y por dentro, no presenta la forma de
crucero cristiano definido y se antoja de un románico temprano, dada la
majestuosidad y la simpleza. Eso sí, las vidrieras impresionan. Y como en las
otras visitas, tenemos a Ludmila por todos lados. Se le da la vuelta a la
catedral contemplando las decenas de capillas que quedan a la izquierda, bajo
las vidrieras y que terminan en una tumba, pasando el altar, de seguramente
Vito, San Vito. No Don Vito.
Con esto rematamos la faena. Ya solo queda seguir a la marea humana a la salida que nos lleva a una explanada con vistas de la ciudad. Y a la derecha se ve la Torre Eiffel. Llegar debe costar, mu lejos, pa otro año. Bajamos por unas escaleras que al final tienen a bien obsequiarnos con una niña vendiendo patatas fritas recién hechas. No hemos desayunado, unas papas caen.
Y seguimos bajando hacia Malostranska,
la plaza más chachi de este lado del rio y que cuenta con la Iglesia de San Nicolás,
cuya torre se ve desde todos lados.
Las papas hicieron hambre y es mejor momento para comer: el Nicolás es el sitio perfecto porque está al principio de la calle Trziste, que luego subiremos. Una sopa de cebolla, unos spaghettis pa Sonia y un filete empanado pa mí nos devuelven el color de la piel pero no mitiga el cansancio ni el dolor de pies.
Pero bueno, que somos mochileros ¡a seguir subiendo calles!
Salimos del Nicolás hacia arriba por Trziste hasta una plaza
con lo que parece la Embajada de EEUU, la cruzamos y llegamos a Jánský vrsek,
una calle empinada que desemboca en la famosa Nerudova, donde vivió Jan Neruda, el poeta checo.
Bajando por su calle nos sorprende un grupo de cante popular jondo checo con los mejores éxitos de Juliech Iglechiach y Ninoch Bravochiz. La gente les hace fotos: entretienen.
Dejamos atrás a los Cantores de Hichpaliz y aparecemos en la parte de atrás de San Nicolás y Malostranska para ir hacia el puente de San Carlos pero antes recordamos a John Lennon. Para verle, hay que ir a la Isla de Kampa. Preguntamos a una niña haciendo gofres; “left”, “left”… así que left, left llegamos al mural del Beatle.
La verdad es que no se porqué le dio a estos tipos por poner un pedazo de mural de john aquí pero está curioso… y concurrido. Tanta gente como cuando estuvo en Las Ventas hace 55 años. Y claro, todos quieren foto con John, evidentemente. Bueno, me aguanto las ganas de cantar “Imagine” y espero a Soni que se ha metido en la marea humana para hacer unos primeros planos alucinantes de Lennon. Bajamos y nos cruzamos delante del molino, el más antiguo de Chequia, con su duende vigilante y fumando en pipa. Seguimos hasta llegar al Yellow Submarine, restaurante dedicado a los Beatles, claro y ver enfrente las escaleras que nos suben al más maravilloso puente sobre el Moldova: el de San Carlos.
Largo como un día sin pan, repleto de turistas, es vigilado por decenas de estatuas de santos, reyes y demás personalidades. Como nota, tocar a alguno de ellos en alguna parte trae suerte. Las partes a tocar se adivinan fácil: relucen, los guiris las llevan tocando desde hace milenios. Pero es un gran punto para unas fantásticas fotos y eso piensan los miles de guiris que deben vivir en la zona así que llegar a la otra orilla te toma tu tiempo. Además, la gente se para a ver a los músicos ambulantes.
Ya en la otra orilla, saliendo del puente a la izquierda, hay una pequeña explanada para hacer unas fotos geniales… ¡y ver a un castor! ¡Que ilusión!
Dejamos al castor tranquilo, cruzamos un museo con varios
chicos negros vestidos de marineros blancos de la segunda guerra mundial y
enfilamos Karlova, otra
de las famosas calles del barrio antiguo de Praga.
Es una de las calles más comericales de la ciudad y desemboca directamente en la Plaza del Ayuntamiento. Y son las 5 menos 10. En 10 minutos…
Un esqueleto mueve una campana, salen unas marionetas por
arriba y se acabó ¡Happy New Year!!
Desde aquí, con el reloj a la izquierda nos dirigimos a la calle que va a la Torre de la Pólvora, otra de las más famosas de la ciudad. Esta calle, Celetna, es tan comercial como las anteriores y cuenta con un museo de juguetes y muñecos de metal que te puedes perder. O por lo menos, una foto montado en la Harley de fuera.
Antes de llegar a la torre, en una esquina a mano izquierda se halla una casa cubista muy interesante porque rompe la estética arquitectónica y hace contraste con el entorno. A 100 metros de la Torre de la Pólvora. Data del siglo XI y era una de las 13 entradas a la ciudad. Se hace fácil la subida porque tiene ascensor. Enfrente, el Banco Nacional, tipo comunista, y al ladito de la Torre de la Casa Municipal, edificio Art Noveau para disfrutar de conciertos o simplemente tomar un café. Enfrente, el Mall de Palladium, iluminado.
Ya no siento los pies. Es hora de una cervecita en unos de
los agradables y pequeños cafés de la zona para descansar, bajar pulsaciones,
escuchar música de fondo y después de comprar la cena en el Penny de la Calle Revolución para luego por
Klimentská llegar al Hotel Clement, donde
nos dan la rum 308 y me voy a pegar un baño y una sobada de campeonato. Toca
descansar mucho.
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